Una cuestión personal

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Una cuestión personal by Kenzaburō Ōe

My rating: 3 of 5 stars


Este libro de ficción suele leerse el poniéndolo en paralelo con las circunstancias personales del autor. Sin embargo, impresiona también como parte de esa literatura japonesa que sigue traumatizada por la que le cayó desde el cielo en 1945.
En mi opinión, solo adolece de un final excesivamente moralizante, poco digno del tono que Oé adoptará en su literatura posterior.



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La noche sin memoria

La noche sin memoria

La noche sin memoria by Jordi Ledesma Álvarez

My rating: 5 of 5 stars


No soy aficionado a la novela negra, pero esta me ha sorprendido muy positivamente. Me atrevería a calificarla de «Poesía negra», porque raramente abandonamos el terreno de las reflexiones, las sensaciones, los recuerdos del narrador, que casi siempre sin proponérselo van desbrozando un argumento criminal.
Si quieres jugar a descubrir al asesino, quizás no sea para ti. Pero disfrutarás si estás dispuesto a interrogarte acerca de la belleza que incluso tras el crimen se pueda esconder.



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La industria del Holocausto (Norman G. Finkelstein 2003, Akal 2014)

La industria del Holocausto

Judío norteamericano e hijo de supervivientes de los campos de concentración nazis, el libro denuncia el uso financiero que los dirigentes de la comunidad judía de su país ha hecho del «holocausto nazi», objeto de estudio historiográfico a distinguir del «Holocausto», con mayúscula y sin adjetivos: una media verdad que la Organización Judía Mundial (comandada desde los Estados Unidos) ha difundido a fin de chantajear a la banca suiza para obtener fondos que, si bien reclamó en nombre de los supervivientes todavía vivos, ha sustraído a sus destinatarios para financiar sus propios proyectos propagandísticos, que le permiten extender su chantaje a otros países como Alemania y Polonia, pero nunca a Israel ni a los propios Estados Unidos.
El libro, por supuesto, fue vapuleado por casi todos los medios estadounidenses, que prácticamente lo alinearon con las tesis negacionistas de David Irving, obteniendo «solo» la aprobación de máximas autoridades en la historia del holocausto nazi, como es Raul Hilberg.
Según el autor, nadie, empezando por la propia comunidad judía norteamericana, prestó la menor atención al holocausto nazi, ni a la supervivencia de Israel hasta los años 70. Fue entonces cuando dicho país mostró músculo militar ante los países árabes, y se reveló como un utilísimo aliado de los EE.UU. en la zona. A fin de encontrar una justificación moral y política a la política de ocupación de territorios y de expulsión de los palestinos, la citada Organización Judía Mundial echó mano de la memoria del holocausto. Pero, al hacerlo, reconstruyó esa memoria, configurando un nuevo Holocausto, que presenta unas características peculiares.
La primera es su carácter único: no ha habido en toda la historia de la humanidad un genocidio comparable al judío: ni por los métodos, ni por su importancia numérica relativa, ni por su importancia cultural. Resulta, pues, una falta de respeto a la memoria de las víctimas comparar ese Holocausto a los genocidios de los indígenas de Norteamérica, de los negros esclavizados, de los armenios en Turquía, o los ocurridos en Vietnam, Corea, Indonesia, Congo… Esto tiene consecuencias financieras y legales. Aplicando los mismos argumentos para reclamar indemnizaciones por todos los expolios a judíos durante la Segunda Guerra mundial, no solo resultarían afectadas las cuentas inactivas de víctimas que en el año 2000 todavía custodiaban los bancos suizos. Sino que cuentas así existían también en Francia y Estados Unidos e Israel. Francia se escudó en la protección de datos y resolvió judicialmente el caso con una indemnización simbólica a las organizaciones judías. Estados unidos lo hizo igualmente con una indemnización todavía más insignificante. Y la propia Israel no ha abordado nunca el problema, considerándose quizás la legítima depositaria de esos bienes.
El autor se atreve a ir todavía más allá del holocausto nazi y preguntarse qué pasó, por ejemplo, con las indemnizaciones legales a los indígenas norteamericanos a quienes se confiscaron las tierras, para darse cuenta de que los acusadores de las prácticas suizas aplican en ese caso un criterio diferente, según el cual las generaciones posteriores no pueden cargar con la responsabilidad de lo que hicieron sus antepasados.
Otra característica del Holocausto es la colectivización de la víctima. Es decir, el objeto del genocidio no son individuos, sino al pueblo judío. Así pues, el dinero obtenido de los bancos en concepto de indemnización no se ha de destinar a la solución de problemas individuales (p.ej. a la mejora de las condiciones de vejez de los supervivientes que carecen de seguro médico en los EE.UU.), sino a la difusión del Holocausto y al aumento de la presencia judía en el mundo, tanto a través del asentamiento de comunidades como del establecimiento de entidades de divulgación del Holocausto.
Otra característica es que, que a fin de aumentar el rendimiento de las reclamaciones financieras, el número de supervivientes al Holocausto supera con creces al de supervivientes al holocausto nazi, establecido por los historiadores serios. Pero esto ha tenido un efecto paradójico, ya que inflar la cifra de supervivientes implica disminuir la de víctimas mortales, dando así argumentos a los negacionistas del holocausto nazi. Este falseamiento de testimonios y documentos necesario para alterar dichas cifras desprestigia en general la historiografía del holocausto nazi y contribuye, pues, a la causa del negacionismo, muy hábil y persistente en su búsqueda de contradicciones en las pruebas documentales del genocidio judío. También y con el mismo fin se ha ampliado el concepto de víctima hasta trivializarlo. Si no fuera por lo dramático del contexto, casi mueve a risa ver como el superviviente ha ido pasando de ser aquél que salió con vida de un campo de exterminio, a prácticamente ser aquél que, sin haber pisado nunca uno, hubiera sido susceptible de ser internado en él. De este modo, «supervivientes» se ha llegado a decir que son todos los judíos rusos (porque en caso de victoria nazi habrían acabado en la cámara de gas) o los judíos norteamericanos en edad militar (porque en caso de haber luchado en Europa y haber sido hechos prisioneros… etc.). O a los descendientes, en razón a los traumas psicológicos que la investigación actual muestra que se sufren hasta la tercera generación.
Para el lector no especializado el libro resulta excesivamente prolijo en datos y seguimiento de los procesos judiciales, pues dedica la mayor parte de sus páginas a documentar el proceso seguido contra los bancos suizos. Pero para los que seguimos viendo en el holocausto nazi un afloramiento del mal radical al que interrogar una y otra vez en busca de una respuesta que nos haga, al menos, un poco más humanos; un acontecimiento del que ninguna teoría es capaz de dar razón, supone un baño de realidad. Porque ahora mismo ese mal aflora también bajo otras formas, a veces buscando legitimación en el mal sufrido por los antepasados.

Existe una videorreseña de Pablo Iglesias en La Tuerka:

https://www.akal.com/libro/la-industria-del-holocausto_34967/

A Sangre y fuego (Manuel Chaves Nogales, 1937, Ed. Espasa 2011)

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Como periodista, Chaves Nogales no se encuadró en bando alguno, ni en la división prebélica europea, ni en la española de la Guerra Civil. Lo que para los activistas de uno y otro bando era falta de compromiso, él se empeñó en llevarlo adelante como compromiso con la defensa de la verdad frente a la propaganda, y de los individuos frente a las ideas.
Por eso sus escritos nunca fueron teóricos. Su periodismo fue una crónica de aquellos detalles en los que creía encontrar la auténtica esencia de las ideologías en pugna. Y así fue también su ficción: personajes que no representan posturas ideológicas, sino que sintetizan las paradojas y debilidades que experimentan el individuo cuando la lucha de las ideas se revela como una coartada para justificar ese conflicto por la supervivencia, más viejo que todas ellas.
Por la misma razón, Chaves Nogales renuncia aquí a crear una gran novela de la Guerra Civil. No se cree autorizado a compartir con nosotros más que pequeños episodios en los que sus personajes se descubren a sí mismos actuando de manera insospechada, conociéndose, si hubieran tenido ocasión de detenerse a reflexionar. Y que nos descubren también lo que es común a todas las guerras: que la lucha por cualquier idea no es otra cosa que una explosión de violencia ancestral, en medio de la cual la paz civilizada se asemeja más a un paréntesis, a una noche de teatro.
Un miliciano ideológicamente íntegro en el Madrid de las patrullas justicieras, que renuncia a salvar a su padre cuando sus camaradas fusilan indiscriminadamente a los fascistas presos; partidas de caza de rojos en el campo andaluz, formadas por caciques y criados; la busca y captura de quintacolumnistas en el Madrid en resistencia: columnas de anarquistas reconvertidas al saqueo. Un funcionario destinado a la selección de los tesoros artísticos que merecen salvarse de las bombas y los incendios; el cautivo salvajismo de las tropas moras; el conflicto entre la fidelidad de clase, y la debida a los señores de toda la vida, en las jóvenes chicas del servicio; un héroe de la artillería tan temerario como descreído; el fascismo de los consejos obreros. Situaciones todas que previenen al lector de cualquier tentación de tomar partido en lo que no fue sino la pelea más salvaje, entregándole un jugoso material para reflexionar sobre el precario sustento de cualquier convivencia civilizada.

Rahel Varnhagen. Una mujer judía (Hannah Arendt)

Hannah Arendt: Rahel Varnhagen. Una mujer judía (1957, Ed. cas. 2000, Lumen)

Rahel Varnhagen: La vida de una mujer judía NARRATIVA: Amazon.es ...

Hannah Arendt, que no necesita presentación, recorre la vida de Rahel Varnhagen en sus cartas, convirtiéndola en encarnación de la alternativa entre sionismo y asimilación en que se debaten los judíos alemanes de segunda mitad del S. XVII y primera del XVIII, pero con el acierto de dar a este conflicto un valor universal, de modo que a través suyo desfilan ante nosotros los eternos problemas de la identidad, el extrañamiento y la socialización y la clase.

Varnhagen es una mujer nacida en una familia burguesa acomodada de Berlín, lejos de sus raíces culturales, que para todo judío alemán que no haya alcanzado cierta riqueza se sitúan en aquel tiempo o bien en el gueto, o bien en el entorno agrícola. Pero, fuera de ese desarraigo, no posee ninguna de las bendiciones que le permitieran desarraigarse de manera voluntaria y definitiva para asimilarse a la burguesía alemana tradicional, y que usualmente son: riqueza propia capaz de atraer a su salón a la nobleza y a la alta burguesía, concertando un matrimonio ventajoso con alguno de sus miembros; o belleza, que le facilite, aún sin dote, el camino a un matrimonio así. El camino de la educación, le está vedado desde el principio, porque es mujer.

Rahel Varnhagen dispondrá, de todos modos, durante toda su vida de dos poderosas armas: una intensa capacidad de reflexión, fruto de su resolución a arrancarse del territorio espiritual en que ha nacido y asimilarse; y una no menos intensa capacidad de amar. Un amor a la vez pasional y protector, porque siempre ha cuidado de que sus objetos, a un gran atractivo físico sumen siempre un lado débil del que acoger bajo su ala.

Ambas facultades las ha utilizado siempre en combinación. Su vida se narra en este libro siguiendo las sucesivas relaciones sentimentales que le prometen, por un lado y de diferentes maneras, abrirle las puertas de la alta sociedad y, por otro, se dejan tutorizar por su genio planificador y educador. Debido a su asimetría intelectual y emocional todas estas aventuras sentimentales fracasan. Pero de ese fracaso aprende ella siempre algo nuevo. Así la vemos pasar de ser la joven judía ilustrada que defiende la carta de ciudadanía, en condiciones de igualdad, para todos los judíos en Alemania, a la mujer ya mayor, que no desea luchar por ningún ideal, sino solo ser aceptada.

Esta última es la mujer que ya sabe que ha de renunciar a una de las dos cosas que resultan importantes para ella. Y renuncia al amor, a cambio de un matrimonio solidario que le otorgue seguridad económica, amistad e inclusión en la sociedad.

Pero Rahel envejecerá con la conciencia de que el sacrificio ha sido inútil. La asimilación solo se produce en presencia de su marido, un huérfano lejanamente descendiente de la nobleza arruinada, que gracias a la energía que ella le infunde consigue enderezar una carrera que amenazaba dispersarse. De su mano, todas las puertas se abren. Pero en cuanto se distancia de él, sigue siendo nada más que una mujer judía.

El libro penetra muy bien en ese conflicto que viven los judíos alemanes, entre conservar su identidad o disolverla en la alemana. Un conflicto que se mantendrá en ese país hasta la tragedia del Holocausto, y en los Estados Unidos hasta hoy. Es una decisión que no depende solo de ellos porque incluso los que, como Rahel, están dispuestos a renunciar a sus raíces, verán que ello no es suficiente para que se produzca la aceptación por parte de los «gentiles». Solo el dinero compra una apariencia de asimilación, pero en cuanto este recurso desaparece, se ve uno devuelto a una identidad que ya ha había dejado atrás. Además, la asimilación quedará en Alemania relacionada siempre con el proyecto ilustrado de ciudadanía universal, que primero florece con Federico II, pero que, tras las guerras napoleónicas, queda identificado definitivamente con el enemigo, haciendo que al final la alternativa que se presenta a los judíos sea entre sus raíces y la patria (p.168). Y, lo peor, es que la situación se volverá más dramática con el paso de las generaciones. Porque la de Rahel Varnhagen todavía puede elegir. Pero muchos de sus nietos o bisnietos ya no. La peor parte del drama la llevará una generación que ya no se sabrá diferente hasta que se lo hagan notar sus enemigos. Porque sin conocer la Torah y habiendo sido educados en la lectura de Goethe y de Kant, en la música de Beethoven, enfilarán junto a los rabinos de los guetos, la entrada a la cámara de gas.

Pero las reflexiones de Rahel en torno a lo que significa la posición del individuo en la sociedad, otorgan al libro un interés que excede ampliamente los límites de la cuestión del judaísmo. Y no lo hace por las novedades teóricas que aporta, ya que se trata de un tema recurrente en toda la Ilustración (piénsese, por ejemplo, en la «sociabilidad insociable» de Kant). Sino que lo hace por la intensidad con que vive la protagonista la tensión entre ambos términos de la ecuación. Para ella, el conflicto entre la identidad individual y la colectiva no es especulativo, sino que se trata del problema cuya resolución da contenido a su vida. Así, la Rahel de juventud no busca en la socialización el amor a las personas, sino a la verdad que puede compartir con ellos: «¡Qué feliz aquel que quiere a sus amigos y puede vivir sin inquietud aún sin ellos!», escribe. Las amistades pueden perderse. La verdad, no.

Rahel detecta además, en su época, una manifestación práctica del problema especulativo de la identidad. Llama la atención, porque coincide con el momento en que ese problema es central en la filosofía idealista que ella, que sepamos, conoce en la versión de Fichte. Lo que percibe en los salones es un contraste entre, por un lado, la decadencia del papel de una nobleza cuyos miembros tienen, de partida, un papel asignado en sociedad, que representan de manera natural; y, por otro, una burguesía que, justamente, ha de construirse un «sí mismo» que representar. Ese es el uso que la burguesía hace de la educación y la cultura: son los conocimientos, las opiniones, los cargos, los que permiten al burgués representar algo ante los demás, «ser alguien», una expresión que se repite durante una época en las cartas de Rahel y que ha llegado hasta nuestros días. Arendt cita el Wilhelm Meister de Goethe, cuya lectura ejerció al parecer gran influencia sobre Varnhagen: «En las tablas, la persona cultivada con todo su brillo parece tan personal como en las clases altas; el espíritu y el cuerpo deben ir al mismo paso, en cada esfuerzo, y allí podré ser y parecer igual que en cualquier otra parte» (p.63). Eso sí, como buena fichteana, ese «sí mismo» se concibe en términos dinámicos: «quien cree en la existencia de un Ser inmutable, muerto y constante, solo lo cree porque, en el fondo de sí mismo, está muerto» (p.175).

Otro eje de la vida de Rahel es la oposición entre la realidad y el sueño, el día y la noche, ya que durante toda su vida sufrirá pesadillas que repetirán noche tras noche durante años un mismo argumento, muchas veces relacionado con su amante del momento. Ella vive esos sueños como su auténtica realidad, de la que el día no pretende ser más que una inútil escapatoria: «¿De qué sirve el día que nos enseña a dar gracias a la vida por ser como es para que podamos comprenderla, si la noche insiste en traernos lo incomprensible… si «el otro país» de la noche siempre nos hace imaginar, en lo indiscernible, la «libertad, la verdad, la unidad, la tierra natal»?..¿De qué sirve ser valiente y negar en silencio la más pesada carga y la más profunda infelicidad, si la noche lo revela todo… si engañosamente lo convierte en el trasfondo de nuestra vida y lo presenta como tierra natal?» (pp. 188-9). Llama la atención esta caracterización del inconsciente como «tierra natal» en una judía, para cuya cultura la «tierra natal» se concibe como «tierra prometida» de la que se ha sido expulsado.

El libro da un giro final extremadamente interesante cuando, contra todos los principios sentados desde su juventud, Rahel decide que la solución a su situación en el mundo es el matrimonio con un hombre al que no ama, un «mendigo en el camino» que solo siente por ella una desmedida admiración y del que ella solo espera a cambio amistad y la posición social que le puede ofrecer un gentil. Ella guiará la carrera de ese hombre hasta el éxito imprescindible para introducirla en sociedad y convertirle también en portavoz de lo que ella misma es, pero nadie es capaz de ver, porque solo ven a la judía. Su propia aspiración a la asimilación se ve sustituida por la mucho más modesta figura del «advenedizo» o parvenu. Es una figura que la sitúa para siempre fuera de la sociedad en que siempre había anhelado introducirse. Pero ahora le encuentra una contrapartida, que podríamos considerar que en cierto modo cierra el círculo, retornándola a su vocación ilustrada juvenil: «la existencia libre» y «la contemplación de la totalidad… porque todo está relacionado; y, en verdad, todo está bastante bien. Ese es el capital que se salva de la gran bancarrota de la vida». Ahora entiende que solo fuera de su tierra natal (Berlín, Alemania, el judaísmo) es libre, tiene perspectiva y puede ser «ella misma», elevando la extranjería a una categoría vital, podría decirse que metafísica.

Arendt cita la descripción que de sí mismo hace el futuro marido de Rahel. En ella, no deja de llamar la atención el hecho de que haga uso de una gran habilidad para describir las capacidades intelectuales que echa de menos en sí mismo: «En mí sólo hay vacío, un auténtico vacío, casi siempre; no concibo ni pensamientos ni personajes, y tampoco puedo presentar como sistema las relaciones entre las cosas, o aislar, con ingenio, lo particular en una vida individual. ¡En mí no brotan fuentes! Pero aun en este vacío absoluto estoy siempre abierto, y no se me escapará ni un rayo de sol, ni un movimiento, ni una sola de la formas de lo bello, y ni siquiera de la fuerza; sólo espero que ocurra algo, soy un mendigo al borde del camino.» (pp.196-7)

Quince años mayor que su marido, Rahel morirá antes que él. La conocemos a través de su extensísima correspondencia, aunque mutilada por las selección que de ella hicieron sus destinatarios y el fuego. Ha tenido que esperar al libro de Hannah Arendt a que ese «sí mismo» que anhelaba mostrarnos salga, por fin, a la luz.

La trampa de la diversidad

Hay una idea central interesante, pero que podría resumirse y ejemplificarse en diez páginas: el número de colectivos con los que cada uno pueda identificarse se multiplica a costa de la conciencia de clase de los trabajadores, reforzando la conciencia de clase de la minoría dirigente. La izquierda, por tanto, se ha debilitado porque, aceptando implícitamente la caída del Muro de Berlín como victoria del capitalismo, se ha querido reinventar como albergue de todas las minorías, obviando la posible carga económicamente reaccionaria de muchas de esas reivindicaciones minoritarias.

La idea es interesante, pero el libro resulta reiterativo y hubieran bastado las primeras diez páginas para exponerla e ilustrarla suficientemente. Además, no se trata de un análisis neutro, sino de una clara defensa de un conservadurismo de izquierdas, de un retorno a las reivindicaciones de clase de los años 60. Sin embargo, precisamente la profusión de ejemplos que aporta dejan flotando la cuestión de si no se estará operando en la cultura occidental un cambio sustancial que haga ya poco atractiva una lucha que se desarrolle exclusivamente en torno a reivindicaciones relacionadas con las condiciones materiales del trabajador.
En fin, vale la pena echarle un vistazo.