Reseña de la charla mantenida el 20 de abril de 2012 en el Espacio Psicoanalítico de Barcelona,
Jose María Blasco (Psicoanalista)
Henrik Hdez.-Villaescusa (Psicoterapeuta, Asesor filosófico)
El pasado viernes convocamos a quien quisiera escucharnos para comunicar una noticia: la defunción de la pareja. Ciertamente, se nos puede acusar de emular el Dios ha muerto de Nietzsche, pero es que la situación es similar: la gente acude a consulta quejándose de su pareja, cuando quizás sus querellas sean con la pareja, esto es, con la institución misma. Pero es que, incluso en este caso, cabe preguntarse si el asunto no estará en que, como tal institución, ha dejado en realidad de existir, y nuestros conflictos provienen entonces de que nos las habemos con un fantasma.
Sólo puede tramitarse el certificado de defunción de algo que alguna vez nació, así que hemos considerado útil explicar que la familia surgió con la sedentarización del hombre y el surgimiento de la propiedad. Se sabía trabajar el metal, pero no analizar el ADN para determinar la paternidad, así que cuando el hombre decidió que la propiedad era suya y no de la mujer, la única manera de asegurar que sus hijos eran sus hijos fue encerrarla en casa a cuidarlos.
El del carácter natural de la pareja no es el único mito que hemos derribado. También hemos recordado que el matrimonio fue siempre un contrato mercantil, hasta que a alguien se le ocurrió creerse que en el Romanticismo del S.XVIII se escribía de amor para ponerlo en práctica. Hemos cuestionado a continuación que la unión sexual tenga algo que ver con la unión personal y planteado, con Nietzsche, que tal vez ocurra al contrario, que la condición para que dos personas se unan es el más profundo desencuentro entre lo que cada uno quiere del otro. La igualdad, en fin, no sólo no sostiene la pareja, sino que constituye la semilla de su destrucción, porque toda igualdad es igualación y, por tanto, agresividad ejercida sobre el otro. El proyecto común, por tanto, resulta ser otro mito que se lleva por delante a la pareja y al proyecto mismo, porque acaba convirtiéndose en la relación como proyecto que, como tal, es siempre un espacio vacío.
La pareja, como la conocíamos, ha muerto. En todo caso, parece que ya sólo podría mantenerse algo nombrable como tal en un ya no saber qué es. Es el reto que hemos dejado planteado a quien no haya agradado la noticia que hemos traído.
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