¿Qué son, entonces, los sucesos de nuestra vida? Es mucho más lo que ponemos en ellos que lo que contienen en realidad. Cabría decir incluso que, en sí mismos, son vacíos. Vivir equivale a inventar.
(Nietzsche, Aurora, §119)
El pasado jueves 8 de noviembre tuvo lugar nuestro Café mensual, con el propósito de responder a la pregunta planteada en el encuentro anterior: ¿Estoy viviendo?
El coordinador presentó el tema poniendo sobre la mesa los numerosos problemas que le había suscitado la preparación de la actividad, en concreto, la comprensión de la propia pregunta, ¿Estoy viviendo? Es decir, no ¿Estoy vivo?, que parecería la más sencilla.
La elección de una pregunta tan poco habitual nos guarda algunas sorpresas. Por ejemplo, estar vivo y estar muerto son opuestos, pero vivir y morir podríamos considerarlo en el fondo como lo mismo, porque ambas constituyen aquel proceso que nos lleva del nacimiento a la muerte.
La pregunta tiene algunas otras particularidades: cabalmente, uno no puede preguntarse: “¿estoy vivo?” ni “¿estoy muerto?”, porque el mero hecho de formularlas incluye, para ambas, una misma respuesta afirmativa. Pero ¿Estoy viviendo?, en cambio parece una cuestión para la que sólo podemos esperar una respuesta de de nosotros mismos y no de otro, como sí ocurriría si le preguntamos, angustiados, al médico: ¿Estoy muriendo?
Última curiosidad: estar muerto y estar muriendo son, en principio frases lógicamente incompatibles. Pero estar vivo y viviendo, parece que no. Lo que nos ha reunido aquí es la sospecha de que lo uno no supone lo otro. Entonces,¿Qué podría significar estar vivo, pero no viviendo?
Inicialmente, los participantes parecen dividirse en dos grupos: aquellos para los que vivir se define por la persecución de unos objetivos, y aquellos que ven en esos objetivos precisamente un condicionamiento ambiental (educativo, cultural, social) que nos hace vivir, según la expresión de un participante, no nuestra vida, sino la de otros, lo que al coordinador le recuerda la distinción heideggeriana entre existencia propia e impropia.
Pero, ¿cómo seria una tal vida nuestra? A la hora de caracterizarla, se produce un notable consenso en torno a la idea del instante. Si los objetivos nos desapropian de nuestra vida haciéndonos pensar siempre en el futuro y el pasado, en el por qué y el para qué de lo que hacemos, la presencia, la conciencia del instante presente sería lo propio de nuestra vida.
La discusión deriva entonces hacia la consideración del cómo conseguir una tal presencia, y parece producirse un nuevo consenso en torno a la necesidad de liberarse de todos aquellos contenidos de nuestra mente que nos lo impiden: prejuicios, recuerdos incómodos, etc. Ese trabajo no constituye la vida, pero sí la posibilita.
La discusión ha resultado tan viva que el coordinador, a quien agrada aportar luz a los debates con la cita de algunos textos clásicos, sólo ha encontrado espacio para uno que, eso sí, ha suscitado la admiración general. Una vez más, tenía que tratarse de Nietzsche.
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