Rahel Varnhagen. Una mujer judía (Hannah Arendt)

Hannah Arendt: Rahel Varnhagen. Una mujer judía (1957, Ed. cas. 2000, Lumen)

Rahel Varnhagen: La vida de una mujer judía NARRATIVA: Amazon.es ...

Hannah Arendt, que no necesita presentación, recorre la vida de Rahel Varnhagen en sus cartas, convirtiéndola en encarnación de la alternativa entre sionismo y asimilación en que se debaten los judíos alemanes de segunda mitad del S. XVII y primera del XVIII, pero con el acierto de dar a este conflicto un valor universal, de modo que a través suyo desfilan ante nosotros los eternos problemas de la identidad, el extrañamiento y la socialización y la clase.

Varnhagen es una mujer nacida en una familia burguesa acomodada de Berlín, lejos de sus raíces culturales, que para todo judío alemán que no haya alcanzado cierta riqueza se sitúan en aquel tiempo o bien en el gueto, o bien en el entorno agrícola. Pero, fuera de ese desarraigo, no posee ninguna de las bendiciones que le permitieran desarraigarse de manera voluntaria y definitiva para asimilarse a la burguesía alemana tradicional, y que usualmente son: riqueza propia capaz de atraer a su salón a la nobleza y a la alta burguesía, concertando un matrimonio ventajoso con alguno de sus miembros; o belleza, que le facilite, aún sin dote, el camino a un matrimonio así. El camino de la educación, le está vedado desde el principio, porque es mujer.

Rahel Varnhagen dispondrá, de todos modos, durante toda su vida de dos poderosas armas: una intensa capacidad de reflexión, fruto de su resolución a arrancarse del territorio espiritual en que ha nacido y asimilarse; y una no menos intensa capacidad de amar. Un amor a la vez pasional y protector, porque siempre ha cuidado de que sus objetos, a un gran atractivo físico sumen siempre un lado débil del que acoger bajo su ala.

Ambas facultades las ha utilizado siempre en combinación. Su vida se narra en este libro siguiendo las sucesivas relaciones sentimentales que le prometen, por un lado y de diferentes maneras, abrirle las puertas de la alta sociedad y, por otro, se dejan tutorizar por su genio planificador y educador. Debido a su asimetría intelectual y emocional todas estas aventuras sentimentales fracasan. Pero de ese fracaso aprende ella siempre algo nuevo. Así la vemos pasar de ser la joven judía ilustrada que defiende la carta de ciudadanía, en condiciones de igualdad, para todos los judíos en Alemania, a la mujer ya mayor, que no desea luchar por ningún ideal, sino solo ser aceptada.

Esta última es la mujer que ya sabe que ha de renunciar a una de las dos cosas que resultan importantes para ella. Y renuncia al amor, a cambio de un matrimonio solidario que le otorgue seguridad económica, amistad e inclusión en la sociedad.

Pero Rahel envejecerá con la conciencia de que el sacrificio ha sido inútil. La asimilación solo se produce en presencia de su marido, un huérfano lejanamente descendiente de la nobleza arruinada, que gracias a la energía que ella le infunde consigue enderezar una carrera que amenazaba dispersarse. De su mano, todas las puertas se abren. Pero en cuanto se distancia de él, sigue siendo nada más que una mujer judía.

El libro penetra muy bien en ese conflicto que viven los judíos alemanes, entre conservar su identidad o disolverla en la alemana. Un conflicto que se mantendrá en ese país hasta la tragedia del Holocausto, y en los Estados Unidos hasta hoy. Es una decisión que no depende solo de ellos porque incluso los que, como Rahel, están dispuestos a renunciar a sus raíces, verán que ello no es suficiente para que se produzca la aceptación por parte de los «gentiles». Solo el dinero compra una apariencia de asimilación, pero en cuanto este recurso desaparece, se ve uno devuelto a una identidad que ya ha había dejado atrás. Además, la asimilación quedará en Alemania relacionada siempre con el proyecto ilustrado de ciudadanía universal, que primero florece con Federico II, pero que, tras las guerras napoleónicas, queda identificado definitivamente con el enemigo, haciendo que al final la alternativa que se presenta a los judíos sea entre sus raíces y la patria (p.168). Y, lo peor, es que la situación se volverá más dramática con el paso de las generaciones. Porque la de Rahel Varnhagen todavía puede elegir. Pero muchos de sus nietos o bisnietos ya no. La peor parte del drama la llevará una generación que ya no se sabrá diferente hasta que se lo hagan notar sus enemigos. Porque sin conocer la Torah y habiendo sido educados en la lectura de Goethe y de Kant, en la música de Beethoven, enfilarán junto a los rabinos de los guetos, la entrada a la cámara de gas.

Pero las reflexiones de Rahel en torno a lo que significa la posición del individuo en la sociedad, otorgan al libro un interés que excede ampliamente los límites de la cuestión del judaísmo. Y no lo hace por las novedades teóricas que aporta, ya que se trata de un tema recurrente en toda la Ilustración (piénsese, por ejemplo, en la «sociabilidad insociable» de Kant). Sino que lo hace por la intensidad con que vive la protagonista la tensión entre ambos términos de la ecuación. Para ella, el conflicto entre la identidad individual y la colectiva no es especulativo, sino que se trata del problema cuya resolución da contenido a su vida. Así, la Rahel de juventud no busca en la socialización el amor a las personas, sino a la verdad que puede compartir con ellos: «¡Qué feliz aquel que quiere a sus amigos y puede vivir sin inquietud aún sin ellos!», escribe. Las amistades pueden perderse. La verdad, no.

Rahel detecta además, en su época, una manifestación práctica del problema especulativo de la identidad. Llama la atención, porque coincide con el momento en que ese problema es central en la filosofía idealista que ella, que sepamos, conoce en la versión de Fichte. Lo que percibe en los salones es un contraste entre, por un lado, la decadencia del papel de una nobleza cuyos miembros tienen, de partida, un papel asignado en sociedad, que representan de manera natural; y, por otro, una burguesía que, justamente, ha de construirse un «sí mismo» que representar. Ese es el uso que la burguesía hace de la educación y la cultura: son los conocimientos, las opiniones, los cargos, los que permiten al burgués representar algo ante los demás, «ser alguien», una expresión que se repite durante una época en las cartas de Rahel y que ha llegado hasta nuestros días. Arendt cita el Wilhelm Meister de Goethe, cuya lectura ejerció al parecer gran influencia sobre Varnhagen: «En las tablas, la persona cultivada con todo su brillo parece tan personal como en las clases altas; el espíritu y el cuerpo deben ir al mismo paso, en cada esfuerzo, y allí podré ser y parecer igual que en cualquier otra parte» (p.63). Eso sí, como buena fichteana, ese «sí mismo» se concibe en términos dinámicos: «quien cree en la existencia de un Ser inmutable, muerto y constante, solo lo cree porque, en el fondo de sí mismo, está muerto» (p.175).

Otro eje de la vida de Rahel es la oposición entre la realidad y el sueño, el día y la noche, ya que durante toda su vida sufrirá pesadillas que repetirán noche tras noche durante años un mismo argumento, muchas veces relacionado con su amante del momento. Ella vive esos sueños como su auténtica realidad, de la que el día no pretende ser más que una inútil escapatoria: «¿De qué sirve el día que nos enseña a dar gracias a la vida por ser como es para que podamos comprenderla, si la noche insiste en traernos lo incomprensible… si «el otro país» de la noche siempre nos hace imaginar, en lo indiscernible, la «libertad, la verdad, la unidad, la tierra natal»?..¿De qué sirve ser valiente y negar en silencio la más pesada carga y la más profunda infelicidad, si la noche lo revela todo… si engañosamente lo convierte en el trasfondo de nuestra vida y lo presenta como tierra natal?» (pp. 188-9). Llama la atención esta caracterización del inconsciente como «tierra natal» en una judía, para cuya cultura la «tierra natal» se concibe como «tierra prometida» de la que se ha sido expulsado.

El libro da un giro final extremadamente interesante cuando, contra todos los principios sentados desde su juventud, Rahel decide que la solución a su situación en el mundo es el matrimonio con un hombre al que no ama, un «mendigo en el camino» que solo siente por ella una desmedida admiración y del que ella solo espera a cambio amistad y la posición social que le puede ofrecer un gentil. Ella guiará la carrera de ese hombre hasta el éxito imprescindible para introducirla en sociedad y convertirle también en portavoz de lo que ella misma es, pero nadie es capaz de ver, porque solo ven a la judía. Su propia aspiración a la asimilación se ve sustituida por la mucho más modesta figura del «advenedizo» o parvenu. Es una figura que la sitúa para siempre fuera de la sociedad en que siempre había anhelado introducirse. Pero ahora le encuentra una contrapartida, que podríamos considerar que en cierto modo cierra el círculo, retornándola a su vocación ilustrada juvenil: «la existencia libre» y «la contemplación de la totalidad… porque todo está relacionado; y, en verdad, todo está bastante bien. Ese es el capital que se salva de la gran bancarrota de la vida». Ahora entiende que solo fuera de su tierra natal (Berlín, Alemania, el judaísmo) es libre, tiene perspectiva y puede ser «ella misma», elevando la extranjería a una categoría vital, podría decirse que metafísica.

Arendt cita la descripción que de sí mismo hace el futuro marido de Rahel. En ella, no deja de llamar la atención el hecho de que haga uso de una gran habilidad para describir las capacidades intelectuales que echa de menos en sí mismo: «En mí sólo hay vacío, un auténtico vacío, casi siempre; no concibo ni pensamientos ni personajes, y tampoco puedo presentar como sistema las relaciones entre las cosas, o aislar, con ingenio, lo particular en una vida individual. ¡En mí no brotan fuentes! Pero aun en este vacío absoluto estoy siempre abierto, y no se me escapará ni un rayo de sol, ni un movimiento, ni una sola de la formas de lo bello, y ni siquiera de la fuerza; sólo espero que ocurra algo, soy un mendigo al borde del camino.» (pp.196-7)

Quince años mayor que su marido, Rahel morirá antes que él. La conocemos a través de su extensísima correspondencia, aunque mutilada por las selección que de ella hicieron sus destinatarios y el fuego. Ha tenido que esperar al libro de Hannah Arendt a que ese «sí mismo» que anhelaba mostrarnos salga, por fin, a la luz.