Reseña del Café Filosófico “La Libertad” (FNAC L’Illa Diagonal, 09/02/12)

Para el diálogo de hoy, los asistentes habían elegido como tema la libertad. Y vienen con muchas ganas de acometerlo, pues apenas hace falta invitarles a hablar para que varios de ellos compitan por hacerlo.  Espontáneamente, la libertad queda así disociada de algunos sentimientos, como son los de miedo, opresión, desconfianza

El coordinador considera entonces que han surgido ideas en las que vale la pena ahondar. ¿En qué consiste ese miedo que se opone a la libertad? La respuesta parece entonces unánime: el miedo a las consecuencias de nuestros actos. ¿El miedo es, entonces, lo que limita nuestra libertad? ¿Somos libres sólo cuando perdemos ese miedo? Platón nos hubiera dicho que eso es la temeridad. ¿No será el miedo consustancial a la libertad? Entonces surge la cuestión de la confianza. La libertad, propone un participante, es “saltar un muro”, “sentir confianza” en que puedo saltarlo.

En este punto se intenta hacer reflexionar a los participantes sobre el hecho de que, desde el principio, se han referido a la libertad como un sentimiento. Esto plantea una serie de problemas: ¿qué pasa con el concepto de la libertad? ¿No hay? Pero, sobre todo, plantea un problema más profundo: si la libertad es un sentimiento, ¿de quién es ese sentimiento? ¿Mío? ¿De cada uno de nosotros? La respuesta general parece ser inicialmente afirmativa, admitiendo como único límite la necesidad de que cada uno respete la libertad ajena. Resulta entonces que la libertad y la convivencia se sitúan en extremos opuestos. El coordinador plantea entonces un interrogante: ¿no podemos hablar de una libertad colectiva? ¿Puede un colectivo ejercer una libertad que vaya más allá de la suma de las libertades individuales?

Esta cuestión divide a la concurrencia, que se hubiera perdido en un debate casuístico de historia comparada, si el coordinador no hubiera driblado con una nueva pregunta que parece cogerles desprevenidos: ¿son los límites de nuestra libertad siempre externos, o pueden ser también internos? ¿Podría ser que nosotros mismos limitáramos el ejercicio de nuestra propia libertad?

Nuevamente surge una escisión: para unos, existe una libertad interior (intelectual, espiritual) que no sólo es independiente, sino que incluso puede verse reforzada cuando las circunstancias limitan nuestra libertad externa. Para otros esto es sólo una ilusión, un autoengaño que justifica nuestra resignación.

Afortunadamente, un asistente introduce un punto de vista que permite cerrar el diálogo de un modo más conciliador: la libertad, opina, se adquiere con el desapego con respecto a todo aquello, interior o exterior, que nos impide ser nosotros mismos. Y este desapego se aprende con la experiencia.

Esta reflexión nos dejará pensativos en el camino de vuelta a casa, pues el tiempo se ha acabado y, aunque hay acuerdo general en que el tema daría para otro Café, se escoge finalmente, para el próximo, un tema emparentado: el poder.