En la sesión del pasado junio los asistentes eligieron como tema para ésta de septiembre uno de los clásicos de la filosofía: el sentido de la vida. Quizá porque se trata de una fórmula tan conocida, quizá lo suficiente como para perder de vista su significado original, se ha optado por aplazar la respuesta y comenzar discutiendo el sentido de la pregunta misma, lo que, como suele ocurrir en estos casos, ha terminado por dominar la sesión.
La mayoría de participantes han entendido espontáneamente el término “sentido” como “dirección”, como un “hacia dónde” que se identifica con un “para qué”. Estas asociaciones han venido acompañadas de propuestas, unas más concretas, otras menos: se ha hablado de cosas tan dispares (o no) como “el bienestar”, “los otros”, “sentirse valorado”, la muerte, el saber… pero como aquí nadie exige respuestas rápidas, pronto las que han ido surgiendo han quedado en evidencia por resultar insuficientes. ¿Pueden, acaso, orientar nuestra vida? ¿A qué cambios, a qué decisiones dan lugar? Así que la conversación ha virado progresivamente hacia la legitimidad misma de la pregunta. ¿Dónde buscar un sentido de la vida? ¿Puede ser enseñado? En tal caso, ¿por quién? El grupo comienza así a dejarse llevar por la osadía del preguntar, lo que el coordinador aprovecha para recordar que hasta ahora hemos presupuesto que la vida sólo tiene un sentido “hacia delante”, olvidando que toda dirección tiene dos sentidos, de modo que también podría tenerlo “hacia atrás”, revisando, narrando, como proponía Séneca, el pasado para dotarlo de “sentido”, ahora entendido también como “significado”.
Es notable observar que esta propuesta goza de mayor éxito entre los participantes de más edad que entre los más jóvenes, que prefieren dejarse provocar por una nueva pregunta del coordinador: ¿es mía una vida orientada por un sentido aprendido de otro? Surge así una pequeña escisión en el grupo: la religión, algunos “maestros del bienestar”, pueden orientar nuestra vida, opinan algunos. Otros, en cambio, comienzan a hacer explícito por primera vez que quizá dotar de sentido a la vida sea una tarea a acometer por cada uno para sí mismo. Pero la duda más radical surge de la participante probablemente más joven: ¿por qué hay que buscarle sentido a la vida? ¿No impide esta búsqueda el disfrute del momento presente? “El disfrute de esta taza de café” concreta otra de las asistentes, ante lo que el coordinador no puede resistirse a aportar una cita de Maruja Torres: “La vida es como el café, huele mejor de lo que sabe”. Pero esta no es la experiencia de la joven, que aglutina en torno a su postura a buena parte de los participantes.
El coordinador, con fe platónica en la productividad de los juegos lingüísticos, pregunta entonces si no podría haber un “sentido de la vida” como lo hay del tacto o de la vista. Esta propuesta anima el debate, y no tarda una asistente en identificarlo con el mítico “sexto sentido”. Quienes habían tomado parte en el café dedicado a la intuición relacionan ambas cosas, y parece surgir cierto consenso en torno al hecho de que un tal “sentido” tendría que ver con la capacidad de sobrepasar el razonamiento lógico e ideológico y “escuchar” las circunstancias y oportunidades que nos brinda la vida para fortalecernos con ellas, independientemente de si constituyen motivo de placer o sufrimiento.
Las posibles ramificaciones del tema son infinitas pero el tiempo de la sesión no, así que toca intentar ponerse de acuerdo en torno a alguna conclusión. Parece difícil, pues no sólo no hemos respondido a la pregunta inicial, sino que nos hemos dado cuenta de que no sabemos realmente qué preguntamos cuando la formulamos. Hasta tal punto que parece que todos los participantes, incluido el propio coordinador, están de acuerdo en que terminan la sesión con el convencimiento de que la búsqueda del sentido lastra en exceso nuestra vida, y que quizás ésta tenga sentido precisamente cuando no se pregunta por él.
Quizá no sea casual que el tema elegido para la próxima sesión tenga que ver precisamente con la quiebra del sentido: el humor.